Reflexiones autobiográficas:

PERÍODO DE FORMACIÓN

Desmembrar en períodos algo tan conexo como una vida (en la que todo el pasado opera en cada momento) no pasa de ser un recurso artificial; ahora bien, los que he distinguido para ayudarme a analizar mi proceso intelectual se inician con hechos esenciales que determinaron inflexiones importantes en mi vida de trabajo. El acontecimiento que determinó un cambio principal en mi vida fue le comienzo de la guerra civil de 1936. En este ensayo autobiográfico he de limitarme a señalar lo que este tremendo acontecimiento supuso para mi futuro trabajo científico.

La guerra, en resumidas cuentas, desplazó durante un tiempo el centro principal de mi interés desde una de las dos líneas principales de pensamiento científico a la otra, y, además, a ambas les dio un nuevo sentido, vinculándolas a la realidad social. Cuando llevaba unos años preparándome para opositar a una cátedra, en los que el estudio de la química experimental llevaba la mayor parte de mi tiempo, comenzó el conflicto, en el que de inmediato tomé partido y me esforcé (siguiendo preocupaciones siempre vivas) en entender las fuerzas sociales que operaban, su sentido y el modo de actuar sobre ellas racionalmente. Evidentemente este estudio ya no fue abstracto sino que participé activamente en el acontecimiento, de modo que se me impuso la necesidad de contrastar con la realidad viva lo que en el primer período no pasaba de ser una línea de reflexión más o menos continuada, pero secundaria y sobre libros. Pronto se me encomendaron tareas en la industria de la guerra y hube de tomar decisiones en lo posible racionales, sin duda informadas por mi concepción unitaria e historicista del acontecer humano, pero que me eran impuestas por la realidad apremiante, olvidado de lo aprendido en los libros. Esto debió de formarme mucho el carácter (la disciplina y el sentido de la responsabilidad) pero, en lo que respecta a la investigación futura, tuvo la trascendencia -que no aproveché sino mucho más tarde- de haber vivido el evolucionismo, en este campo concreto del acontecer humano, como una línea de pensamiento eficaz, con una sólida tradición, pero perfectamente propincua a diversificarse y a progresar cuando se contrasta ingenua (sinceramente) con la realidad.

Por otra parte mi trabajo absorbente sobre hombres y ante acuciantes conflictos humanos no me apartó durante este tiempo totalmente de las ciencias experimentales, por este hecho de haber sido destinado a la industria de guerra; aunque apartado del trabajo científico tuve ocasión asimismo de vivir mis conocimientos científicos en su realización social y de percibir así un sentido adicional de ellos.

Faustino Cordón y su futura mujer María Vergara, durante la Guerra Civil española. Madrid, 1937

La guerra fue seguida de quince meses de cárcel y campo de concentración y de más de medio año de confinación voluntaria en Barcelona. Ahora bien, los primeros meses duros y opresivos y los segundos de gran aislamiento fueron muy provechosos para mi formación y los recuerdo con gusto. Para el que entiende que un hombre debe realizarse en un proyecto a largo alcance, lo más penoso del encierro es sentir que le impide operar sobre el propio medio, que éste se cierra sobre uno; desde el primer momento vi con claridad que mi salvación moral requería realizarme en una preparación adecuada a mi futuro trabajo profesional cualquiera que hubiese de ser éste. Por ello me concentré en el estudio de idiomas -perfeccioné mi alemán y estudié inglés e italiano- y de matemáticas -que luego proseguí durante otros cuatro años-. Por lo demás, la preocupación por el pensamiento general y el interés por la biología se ponen de manifiesto en el hecho de que mi trabajo sobre el alemán consistió en la traducción de la Historia de Roma de Mommsen y en el estudio de un excelente tratado de anatomía, fisiología y embriología de los grandes tipos de animales. Me parece que todo me resultó muy útil en el futuro.

Creo recordar que en alguna ocasión he señalado que una enseñanza importante de esta época que me gustaría imprimir en los jóvenes es la conveniencia, en esta vida nuestra tan provisional, de tomar toda circunstancia provisional e incomoda como definitiva, de aprovecharla al máximo. Pero creo que este mismo tiempo me proporcionó una enseñanza complementaria de la anterior de la que, en parte importante, dependió el desarrollo posterior de mi trabajo científico; me refiero al dominio de la impaciencia, a la costumbre de considerar los logros del propio trabajo como provisionales, como pasos a realizaciones superiores. En resumidas cuentas, se trata de plegarse al medio pero activamente, para actuar sobre él de modo conforme a la propia razón cuando sepamos o podamos.

Dado el espíritu de la posguerra, mi toma de partido en la contienda me apartó de la actividad científica docente para la que creía tener vocación. A los seis meses de vivir retiradamente en Barcelona tuve el acierto de encontrar, en la industria farmacéutica, la colocación que, probablemente, mejor convenía para mi formación científica; se trataba de los laboratorios Zeltia de Porriño (Pontevedra) en los que trabajé cuatro años desde el día preciso en que el ejercito alemán invadió Rusia hasta poco después de terminada la guerra mundial. En este retiro apacible encontré las mejores circunstancias para reanudar mi formación en química experimental. Tuve la suerte de que esta empresa farmacéutica, todavía llena del espíritu constructivo que inspiró su creación, estuviese dirigida por el joven profesor Calvet, apartado de su cátedra, que se había formado en buenas escuelas europeas de química orgánica y de bioquímica y que procuraba trasmitirnos su formación científica rigurosa como único medio de hacernos profesionales útiles (recuerdo que antes de encomendarme los primeros problemas de investigación bioquímica, hube de realizar, con buenos rendimientos y conforme a las reglas establecidas, una larga serie de síntesis orgánicas y un difícil trabajo extractivo: cristalizar ácido ascórbico de zumo de naranja y, luego, del de hojas de lirio). Tuve, pues, el privilegio de convivir íntimamente con un excelente maestro, que fue el vector hacia un corto número de colaboradores entusiastas, de la mejor tradición científica, y así encontré una coyuntura muy favorable para recuperar (ciertamente ya con la ayuda del bagaje adquirido) el tiempo restado a lo que seguía constituyendo mi objetivo profesional: lograr una buena preparación en química experimental.

Con su maestro Fernando Calvet y otros amigos en una playa en Galicia. 1943

Sin recurrir a las notas de reflexiones sobre mi trabajo que conservo de estos años, voy a señalar, del modo sucinto a que obliga una nota autobiográfica, lo que destaca en mi memoria de esos años decisivos. Se trata, ante todo, de un cierto dominio y disfrute de la ciencia experimental, cuya importancia para mi ulterior trabajo no puede encarecer lo que merece por dos razones que conviene dejar muy claras. La primera es el hecho de que la ciencia experimental no es, en resumidas cuentas, sino el modo humano, conscientemente aplicado, de avanzar en el conocimiento de la naturaleza: actuar mediante técnicas adecuadas, sobre ella, conforme a una hipótesis de trabajo meditada, observar objetivamente los resultados, y deducir conclusiones de algún valor teórico o práctico; la ciencia experimental, junto con la recogida y clasificación de datos empíricos, que hay que esforzarse en elevar a ciencia experimental, es, por consiguiente, el modo eficaz y riguroso de recoger conocimientos lo más correlacionados posibles que sirvan para organizar con ellos conocimiento evolucionista; esto es, la ciencia evolucionista (la ciencia que persigue una comprensión integradora e histórica de la naturaleza) no se opone ni es una alternativa a la ciencia experimental, sino que ésta es la base insoslayable, la condición misma natural y futura del pensamiento evolucionista, y sólo un científico experimental puede serlo evolucionista. La segunda razón que da valor a mis años de Zeltia es mi convicción -que, en cierto modo, contradice a la pendiente actual hacia la especialización- de que una buena preparación experimental capacita para trabajar asimismo bien en campos incluso alejados; la ciencia experimental no se limita a conferir destreza en el manejo de aparatos y en la observación de sus resultados, sino que educa al espíritu para enfrentarse científicamente con la naturaleza en cualquier aspecto de ella. ¿Cómo aprendí entonces lo que en mi sentir es el ejercicio correcto de la ciencia experimental?

Ante todo, para investigar científicamente el pensamiento ha de primar sobre el manejo manual, dominarlo; siempre nos formulábamos con toda claridad lo que pretendíamos saber o realizar y el valor objetivo que, para nosotros, valdría este conocimiento; supe que lo duro de la experimentación es el planteamiento de las hipótesis de trabajo, cuya originalidad, audacia y presciencia miden la capacidad del investigador.

En segundo lugar, aprendí que hay que planear reflexivamente el experimento que ha de contrastar la hipótesis, y que hay que procurar que sea económico, rápido y sencillo (negándonos a la rutina cuando sea aconsejable); la penuria de recursos a que nos tenia sometidos la guerra mundial resultó ventajosa para nuestra formación de investigadores experimentales, aunque a veces nos irritara; trabajar con aparatos ideados por uno mismo para un propósito, anticipar el fin, ayuda a interpretar los resultados y libera de algún modo el pensamiento (imaginar un experimento y un aparato elegante es el remate, por así decirlo, de la reflexión científica que lo requiere); por el contrario, la posesión de aparatos perfectos y complejos que a elevado precio nos ofrece el mercado y cuyo pleno sentido a veces no se domina, me parece que, paradójicamente, implica el riesgo de subordinar a ellos el pensamiento, de especializarlo, de hacerlo rutinario.

Por último, una tercera preocupación mía de esta época era la de desarrollar mi capacidad de observación, de seguir atentamente lo que pasa ante nuestros ojos para adivinar como, van los procesos, para prever resultados y corregirlos racionalmente; hoy sé, con el ejemplo de los grandes científicos y por experiencia, que la capacidad de observación depende de la altura del pensamiento desde la que se observa y que, a la inversa, el ejercicio de la observación contribuye en alto grado a elevar el pensamiento; tiene, pues, profundo sentido la exclamación de Darwin, uno de los grandes observadores de la historia, al formularse la teoría de la selección natural: al fin, tengo una teoría desde la que observar.

En los Laboratorios Zeltia. Porriño, Galicia, 1944

Bajo la dirección de Calvet, realicé mi tesis doctoral: el descubrimiento y caracterización de un enzima que inactivaba algunas suertes comerciales de insulina. Desde Zeltia, en 1945 (a mis 36 años) pasé a IBYS, donde comencé a investigar, bajo iniciativa e inspiración propias y pronto dirigiendo a algún colaborador, en temas, unos, derivados de mi experiencia anterior con alguna aportación original (sobre enzimología de la penicilina) y, otros, planteados por la actividad industrial. Como conclusión de lo expuesto pienso, que hasta aquí, quizá lo más notable de mi vida científica pueda formularse diciendo que tuve la suerte de haber recibido en condiciones adversas una educación experimental rigurosa, clásica, aunque en algunos años más de los habituales.

Me parece que estaba en condiciones, y a ello me sentía llamado y me satisfacía plenamente, a ser un buen químico experimental, en vez del biólogo evolucionista en que me fui realizando a lo largo de los treinta años sucesivos.

Antes de exponer la coyuntura que cambió mi destino profesional, voy a señalar el riesgo que corrí de algo que probablemente hubiese impedido esa inflexión de mi vida científica. Se trata de que recién salido de Zeltia gané, en el Ministerio de Asuntos Exteriores, por concurso-oposición, una beca para proseguir en Estados Unidos, con técnicas más finas, nuestros trabajos de enzimología; afortunadamente, el Ministerio de Educación Nacional vetó la beca concedida oficialmente. Creo muy posible que la especialización en bioquímica me hubiese alejado irreversiblemente de lo que habría de ser mi problemática biológica. Si en la vida de un hombre de ciencia se distingue un período de acumulación y otro de liberación y desarrollo de lo acumulado, mi regreso a los dos años bien pudo haber supuesto el término de mi período de acumulación e impedirme iniciar, sobre bases nuevas, el período llamado de madurez en este esbozo autobiográfico, en el que la acumulación siguió predominando sobre la producción. He de decir que la noticia de que se me desposeía de algo a lo que daba entonces valor me causó una inesperada satisfacción que atribuí a la percepción de estar por encima de ciertas contingencias exteriores, pero a ello debió sumarse la sensación confusa de que me convenía buscar por mí mismo mi propio camino.

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